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En la década de los años 1950, el arquitecto
Javier Barroso, por órdenes del entonces Presidente Rafael L. Trujillo,
ejecutó una restauración que produjo críticas por considerarse que la
misma tendía más a los aspectos museográficos que a la misma realidad
arquitectónica de la obra.
Aún no se sabe quién hizo los planos. Los
indígenas trabajaron en la obra a principios y luego se incorporaron
esclavos negros en los años en que la fábrica fue creciendo y anexando y
modificando espacios.
Desde un principio lo ambicioso de la obra
despertó recelo en la población española que habitaba la isla. Según Otto
Schoenrich "tan importante era el palacio que los enemigos del Almirante
sugirieron que más bien aquel era una fortaleza cuyo dueño podría alzarse
contra el Rey, lo que dio lugar a un examen por un perito que se burló de
tal patraña."
En el año de 1548, la viuda de Diego Colón,
María de Toledo, preparó allí su testamento. No se sabe por qué las
autoridades españolas, siendo el edificio tan cercano a la ría, y tan
importante desde un punto de vista estratégico, lo abandonaron.
Redifiendose al Alcázar, el escritor
Francisco Veloz Molina, escribió unos versos que reflejan su estado hacia
comienzos de siglo:
"Y la yedra trepó por las balcones que
guardaban las bocas de mil bronces, del castilla ocultando las blasones.
Sóla el Ozama cariñoso, amante, con constancia sus auras ha brindado a
este pobre cetáceo abandonado, otro tiempo mansión del Almirante."
Las remodelaciones de finales de los años
60, han dado nueva vida al monumento. |